domingo, abril 27, 2008


El Dolor de Ser Converso


Y tuvieron que ser dos judíos ingleses los que me llevaron a sentir un dolor profundo en mi propia casa. Querían visitar Sevilla y yo les dije que podíamos vernos allí, y a sí fue. Ellos eran buena gente y quería hacer de cicerone con ellos, en mi ciudad.


Los llevé por el centro y disfrutamos de tapas, paseos y una agradable tarde de café y buena conversación. Era viernes por la tarde y de pronto, sintieron las ganas de hacer el comentario. -Mira, ahora vamos a ir a una sinagoga. Si queréis quedamos mañana otra vez, no tenéis que venir con nosotros- dijo Adam. Yo miré a Susana y a Marielle y sacudí la cabeza como diciendo que yo estaba encantado de ir a la sinagoga. Sin embargo, una sensación extraña invadió mi cuerpo entero. Dos ingleses me estaban invitando a asistir a una celebración religiosa judía en mi propia ciudad. Era algo completamente extraño.


Como todo el mundo estaba de acuerdo, nos pusimos en marcha. La sinagoga está cerca de Santa Catalina, en un portal anónimo, imposible de encontrar si alguien no te dice dónde está. Entramos y allí se encontraban unos cuantos judíos con sus atavíos y sus pintas como los había visto en Israel o en Inglaterra. Pero nunca había visto judíos en mi propia ciudad. En Sevilla.


Nos sentamos y empezamos a escuchar la lectura de la biblia, sus cánticos, sus sonidos y su ritual. Un profundo malestar invadió mi mente. Me sentí muy triste y muy hundido. Sentí que Sevilla y Andalucía le habían dado la espalda a esta herencia. Y poco a poco sentí una gran tortura física, como si estuviese reviviendo la tortura de haber sido judío en un mundo hostil.


Cuando salí de allí, Marielle me dijo que la forma en que hablaban los judíos andaluces le sonaba totalmente diferente y que tenía una fonética muy particular. Tan particular que en realidad es la fonética andaluza.


Ella me preguntó que porqué estaba tan callado. No podía explicárselo. Pero la realidad era que experimenté la melancolía del judío converso. La melancolía y la angustia de haber sido forzado a cambiar nuestra identidad, de alienarnos. Sentí todo el peso de millones de espíritus forzados a mentir, a convertirse y sobrevivir en un medio destruido por la intolerancia española. Me sentí extraño en mi propia ciudad. Esa ciudad llena de símbolos cristianos, que no son más que una farsa para contener un inmenso deseo. El enorme deseo de ser judío en un mundo dominado por el aberrante catolicismo español.

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