domingo, abril 06, 2008


La Clase de Religión


Tras mandar a callar a varios de una esquina, e ignorar el cachondeo de unos cuantos del fondo, Don Ulpiano le dijo a la clase que Freud estaba loco. La clase se quedó en silencio por unos momentos como asaltada por un profundo reto intelectual. Las fascies del cura permanecieron inmutables a pesar de semejante afirmación. Francis no pudo contenerse y respondió nerviosamente a la acusación que el profesor de religión acababa de hacer sobre el difunto padre del psicoanálisis. Don Ulpiano de nuevo ignoró sistemáticamente todo lo que estaba viendo y escuchando, y se dirigió a la pizarra para hacer unos garabatos como para poderse reafirmar en su defensa de que el famoso psicólogo no era más que un lunático. Francis se quedó pasmado y casi petrificado por cómo el cura lo había ignorado. Un sentimiento biológico de cólera hizo que Francis tuviera que agarrarse a la silla para no lanzarse sobre el barrigudo clérigo.


La dinámica de la clase pasaba por momentos históricos donde la física y la psicología de grupo se entrelazaban como hélices de ADN. Unos milisegundos o casi un momento cuántico bastó para que la clase vomitara papeles y tizas por doquier cuando Don Ulpiano terminó por girar su opulento cuerpo hacia la pizarra. La batalla campal que ocurrió a sus espaldas reflejaba quizás más que otra cosa, el propio alboroto mental que el profesor de religión mantenía oculto en su mente. Entre el alubión de papeles y objetos lanzados, una rapidísima intervención por parte de otro hereje llamado Shiki, iba a relajar la rabia que Francis había sentido momentos antes. Semejante acción del adolescente, miembro del subgrupo más desquiciado de la clase, dejó una fotografía pornográfica encima de la mesa del profesor con una aproximación y alejamiento cercano a la velocidad de la luz.


Los movimientos del cura tras terminar con su discurso autista con la pizarra, parecieron elefánticos comparados a los de Shiki. Eones pasaron hasta que Don Ulpiano estampó su mirada sobre aquella obscenidad. Para entonces media clase (especialmente los varones) había ya perdido el equilibrio (mental y físico) y se arrastraban por los suelos o lloraban de risa sin poderse contener. Francis intentó permanecer al margen de esta afrenta a la autoridad religiosa. El pensó que lo mejor era 'jugar limpio' y razonar en lugar de mosquear al profe, y por ello mantuvo la mirada hacia Don Ulpiano con un esfuerzo estoico.


Don Ulpiano destruyó el recorte de revista con sus enormes manos peludas, y manteniendo la mirada fija en Francis, lanzó un gruñido infernal, como culpándolo a él de todo este caos. El cachondeo general se diluyó tan rápido como había empezado, casi como un orgasmo masculino.

Aprovechando el momentáneo silencio de la clase, el cura se precipitó contra la clase con un gesto teatral y aseveró que Freud no aportó nada a la ciencia. La clase se quedó paralizada y confusa como buscando una salida. Todo el mundo miró bruscamente a Shiki de una manera cómplice, esperando una respuesta aún más contudente que la anterior, ante semejante chorrada. El joven evitó el contacto ocular con el resto de la clase, y más bien dirigió una mirada desvergonzada hacia la bragueta abierta del cura. Esta vez Francis, sin poderse inhibir, se unió al estruendo general. La voz del cura intentando controlar a la masa desbocada se ahogó en un chillido gallináceo.

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